Entrevista sobre El tercer deseo:
¿Qué tiene en común Jonás, el protagonista, contigo?
En realidad, podría decirse que Jonás es casi un alter ego de mí mismo (o al menos, de mí mismo en otra etapa de mi vida). A parte de la inicial en el nombre, hemos compartido una determinada visión del amor y una determinada búsqueda de respuestas. También hemos tenido en común esa cierta desconfianza que demuestra en el tercio final de la novela, pero me temo que yo siempre he sido un tanto más propenso a ignorar mis propias reticencias y tirarme a la piscina.
¿Existe el príncipe azul?
Dudo que existan siquiera los cuentos de hadas, y cada vez menos, viendo esta sociedad tan individualista (por llamarlo finamente) que nos ha tocado. Pero creo que existe esa persona que te puede complementar y, si no exactamente "salvarte", al menos sí servirte de compañía y apoyo en el camino. Aunque tampoco sé si todos quieren encontrarla, la verdad. Yo creo que, como con la mayoría de cosas, el amor exige una cierta predisposición. Puedes encontrarte a la persona más maravillosa, tu complemento perfecto... y ni siquiera darte cuenta (o, aún viéndolo, huir en la dirección opuesta). Es un poco lo que cuento en mi relectura de "La bella durmiente": a veces es más fuerte el miedo a lo que puedes perder que la ilusión por lo que puedes ganar.
¿Has estado enamorado alguna vez?
Por supuesto. En estos momentos, lo estoy y mucho. Lo curioso es que he vivido el amor de diversas maneras, dependiendo de la etapa de mi vida. No es igual el primer amor, siempre fresco e impetuoso, que por ejemplo el que estoy viviendo hoy por hoy, que con la experiencia obtenida es mucho más maduro y sereno.
¿Te consideras más víctima o verdugo?
Buena pregunta. Lo cierto es que ambos papeles, tal y como aparecen en mi novela, no son algo consciente... quiero decir que los personajes son víctimas a su pesar, pero cuando son verdugos, también lo son contra sus propios deseos. Me considero demasiado bienintencionado como para ser verdugo. Supongo que no tengo la conciencia lo bastante ligera como para desear hacer daño de forma consciente y, si alguna vez lo he hecho, seguramente he acabado pasándolo peor que la otra persona. Aún con todo, tampoco me definiría a mí mismo en términos de víctima, que creo que es una palabra demasiado triste para definir a cualquiera. En el peor de los casos, las cosas malas que te pasan en la vida no deberían servirte ni para hundirte ni para malearte, sino tan sólo como aprendizaje.
¿Te gusta leer cuentos? ¿Te inspiras en ellos?
Me encantan los cuentos, de toda la vida, y aún hoy continúan siendo una obsesión que me influye a nivel creativo. De hecho, lo último que he acabado es una colección de relatos de terros gótico inspirados en cuentos de hadas. Hay un componente subconsciente en los cuentos que siempre me ha atraído. Determinados ambientes, determinados arquetipos y, cada vez más, ese cierto elemento sórdido que la mayoría comparten. Actualmente, no me interesa tanto el cuento edulcorado al estilo de Disney como el cuento de Grimm en estado puro, con sus historias de filicidios, canibalismo y atrocidades (el ensayo de Bruno Bettleheim habla mucho de eso). Sin embargo, creo que la vuelta de tuerca que les doy en "El tercer deseo" no tiene demasiado que ver ni con unos ni con otros. En la mayoría de casos, mi reelaboración se enmarca más en una tristeza salpicada de ironía.
¿Cuál es el cuento, de los que aparecen en tu novela, que te haya marcado más de pequeño?
Pues si nos centramos en mi infancia, curiosamente sería el de "Rapunzel", que en el libro apenas lo menciono de pasada. Me lo leía mucho mi padre y siempre me intrigó la idea de una mujer encerrada en una torre sin puertas. Ya después y hasta hoy, sin embargo, el que más me interesa es "Caperucita roja". Se trata de un cuento con muchísimo bagaje e historia, que ha inspirado desde ensayos (como "Caperucita al desnudo") hasta una de mis películas favoritas ("En compañía de lobos").
¿Cuál ha sido la moraleja más importante que hayas sacado de la lectura de alguno de ellos?
Pues quizás la moraleja que más grabada se me quedó de pequeño fue la de "Pedro y el lobo", es decir, que si te pasas la vida mintiendo, al final no te creerán cuando digas la verdad. Aunque la más útil y vigente creo que sigue siendo la de "Los siete cabritillos y el lobo": las apariencias son engañosas. De esto también habla precisamente "Caperucita roja".
¿Hay que tener cuidado con lo que se desea? ¿Qué tres deseos le pedirías al genio?
El problema es tener deseos para los que no se esté a la altura, o simplemente no tener las ideas mínimamente claras. Cuánta gente desea algo y después se da cuenta de que no lo quiere ni en pintura. En cuanto a mis tres deseos... uff, complicadillo. Pero tengo claro que uno de ellos sería una vida de felicidad al lado de los míos (entre los que cuento a mi pareja actual, claro).
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