domingo, 20 de septiembre de 2009

Escritor invitado: Francisco J. Barrera Cortés

“I reign with my left hand, I rule with my right. I'm lord of all darkness.
(Yo reino con la mano izquierda y domino con la derecha. Soy el Señor de toda oscuridad)

“The march of the Black Queen” – QUEEN -

PRINCESITA

“Tengo curiosidad de saber cómo te quedó el suéter que te compré, princesita...” Escribió con un deje de ironía el aloreño por adopción en un papel que luego hizo bola y tiró por la taza del váter. Se fue al salón y se sentó con las manos sobre la mesa y las observó ¡Qué de cosas podrían hacer estas manos y qué de cosas han hecho! Se levantó bruscamente de la silla dejándola caer de golpe en el suelo de cerámicos y se fue a la ventana agarrándose duramente a ella por los fríos barrotes de hierro. Esbozo una sonrisa porque eran casi las seis y ella aún no llegaba a casa desde Málaga. Los minutos pasan lentamente de lunes a viernes de nueve a cinco, pero los sábados de nueve a tres son peores como hoy.

Buscó las llaves de casa y del coche, el carné de conducir y un par de cervezas en lata que tenía enfriando en el congelador. Hizo una llamada al móvil de su mujer pero no ésta no respondió. Creyó enloquecer de celos. Desde que llegó ese tal Greco al curro de su mujer, que no dormía en paz, menos aún desde que se enteró que éste la llamaba Princesita de cariño. Poco importaba que el casanova éste fuera de los que le gustan los hombres ¡Menos aun! Esos son los que se acercan a tu mujer, las manosean con la disculpa de que a ellos no les va ese rollo, se les acercan minándoles a través de su lado femenino y en menos que canta un gallo te la lían como una serpiente.

- ¡Mira que te lo he dicho! – recordaba las palabras de su suegro - Los zarasas son los peores, todo el día toqueteándose el rabo entre ellos; en la playa, en el coche, en las saunas esas y ¡hasta en la calle, que el otro día vi a dos de la mano por la Plaza! ¡Tú te lo puedes cree’! Y en cuanto ven una mujer guapa le quieren quitar los tacones para ponérselos y luego les quitan los vestidos y er’ maquillaje pa’ pintarse a sí mesmos como una puerta ¡Tendrán poca vergüenza! Que cuando ven a la mujer despelotá recuerdan que son tíos y se lo quieren montar con ellas.

- Que es un compañero de trabajo – insistía su esposa – Que le invitamos a la boda ¿No lo recuerdas? Si tiene noviecito y to’, cariño ¡Si yo sólo te quiero a ti!

Pero todo cambió el día que se fueron los cuatro: él, su esposa, Greco y el supuesto ligue de éste al Plaza Mayor en Málaga y le vio plantarle dos besos y un gran achuchón a ella ¡Su mujer! Eso en Ceuta causa ríos de sangre y aquí, en España no lo iba a aguantar. Y aunque ella siempre le recriminaba que no distinguía un peral de una tomatera, él seguía erre que erre.

- ¡Ay, hijo, que tu tendrás menos sensibilidá que la tapa de un retrete, pero yo te quiero na’ má que a ti! ¡No vé que es mariquita! – decía su mujer – A mí me dice princesita porque soy la única mujé en la panadería y me defiende de los gandules del amasao’ que están to’ er día metiéndose conmigo ¡A esos deberías montarles el pollo!

- ¡Seguro que se ha liao’ con ese muerde almuas’! – dijo en voz alta.

Su perro ladró en el patio y salió a por él para quitarle la cadena y montarlo en el coche de modo que si los encontraba juntos le soltaría el mastín al guaperas ése.

- Si están juntos, Habibi, te le lanzas al cuello ¡Me oíste, y le dejas la cara echa un Cristo! así aprenderá a no meterse en mi huerto – le dijo al perro ratonero que movía la cola feliz.

Arrastró de la cadena al animal que pegaba chillidos hacia el coche y lo lanzó ventana adentro.

Cogió por la autovía del Guadalhorce a 140 por hora como un poseso en dirección a Málaga, pero al llegar al vivero donde cogía al Parque Tecnológico de Andalucía el motor del coche comenzó a bajar las revoluciones hasta detenerse completamente en mitad de la autovía. Logró continuar un par de kilómetros más, pero se vio obligado a detenerse detrás de un larga caravana que impedía la circulación. Cómo no había caso de volver a arrancar el coche y, antes que comenzaran a tocarle el claxon, se buscó, entre los ladridos del perro que le venía babeando el rostro, su móvil para llamar a la guardia civil, a tráfico, a los bomberos y hasta la Nasa si era necesario con tal de que nadie le detuviera el día en que sorprendería a su mujer con otro. Luego recordó que tenía el seguro del coche recién contratado. Se caló el chaleco homologado y bajó del coche para llamar al seguro.

- Ren, buenas tardes ¿En qué le puedo ayudar?
- ¡Que me he quedao’ tirao! – dijo a gritos - ¡Qué estoy aqui!
- Dígame la matrícula por favor y le envío la asistencia.
- ¡Usté debería saberla! ¡6622 FUP!
- Dígame una palabra con cada letra, por favor, porque se le escucha muy mal ¿Sevilla, Barcelona, Dinamarca?
- ¡No! – ¡F de fea, U de Uropa, P de puta!
- ¿Perdón?
- ¡Búsquelo por mi nombre! ¡Manolo Ouarzazate!
- ¿Guacharfate? ¿Señor? ¡Métase dentro del coshe que no le oigo con el viento!
- Mire, que voa’ dejá el coshe tirao aquí y vosotros venis’ a por él cuando os salga de los huevos...¡Que llevo prisa!

Comenzó a caminar peligrosamente por el borde de la autovía para intentar cruzar al Vivero que tenía en frente con el móvil en la oreja. Los coches parados le pitaban pero él ignoraba el escándalo. Habibi, su perro ratonero, le ladraba desde el coche apoyando las patitas en el cristal.

- Señor – le decían – quédese junto al coshe que en 45 minutos está la grúa allí y si no hay nadie autorizado no pueden cargar el vehículo ¿Cuántas personas viajaban con usted?

- Yo y mi perro que está autorizao’ y se ha quedao’ dentro del coshe ladrando. Si llega la grua ahí le encontrarei’. Coger el coshe y llevároslo que no vale pa na’ ¡Que yo voy al Parque a pillá a mi mujer que me está poniendo los cuernos con un mariquita!

- Señor, las grúas en Málaga tienen un retraso de algo más de una hora por un accidente en esa zona y hay retenciones hasta la entrada a Campanillas.

Manolo cortó el teléfono. Miró hacia atrás y vio que el perro le seguía a pocos metros meneando la cola. Miró adelante y se cubrió para protegerse del sol del sur y ver qué es lo que pasaba más adelante. Siguió caminando esquivando los coches y las motos con los calorrillos descamisados que montaban en ellas. Uno de ellos le gritó algo que no alcanzó a coger, se quitó un zapato, lo lanzó hacia la moto de los chicos y su perro salió corriendo por su lado a por él. Un par de segundos más tarde el perro traía el zapato a su dueño como si de la zapatilla de cenicienta se tratase. Volvió a calzarse y se preguntó qué podría haber demorado a su mujer para haber tardado tanto del trabajo. Se detuvo jadeando por un momento. Adelante los coches se agolpaban y una ambulancia y un par de coches de policía pasaron cerca de él. Sólo un instante dejó de pensar en que su mujer le ponía los cuernos e intentó recordar si tenía ella algún compromiso ese día como para haberse retrasado, pero no había nada que le viniese a la mente.

Habibi salió disparado otra vez. Ya estaba muy cerca de la rotonda del Parque tecnológico. Comenzó a caminar más lento. A la distancia un coche empotrado contra un camión, pero detrás de éste, lograba vislumbrar un par de coches más como si hubiese sido un accidente en cadena. Temió lo peor pero intentó tranquilizarse recordando que su mujer era muy cuidadosa conduciendo. Su princesa no estaría ahí.

¡Princesita!
El sol calentaba aún más su cabeza sin darle tregua. Los coches emanaban un extraño vapor mezcla de combustión y calor humano encerrado en ellos. Se puso sus gafas oscuras para ver mejor en ese infierno andaluz y miró directamente hacia el accidente múltiple. Unos cuantos metros más adelante Habibi salía bajo el camión chocado con algo en el hocico corriendo a toda velocidad hacia su amo.

Manolo dejó de caminar. El perro se aproximaba feliz meneando la cola, con su recompensa en el hocico. Manolo retrocedió dos pasos como para desandar el camino pero el perro corría más rápido aún. El pecho de Manolo se agitaba cada vez más hasta casi quedarse sin aliento y tropezó golpeándose la cabeza sobre el asfalto.

Habibi saltó sobre Manolo dejando caer su cargamento sobre el amo que no paraba de llorar.

El perro, en su infinita fidelidad, le traía su más preciado tesoro: El zapato de su princesita.

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